La furgoneta de Alberto


Por Juan Alonso

La situación procesal de Alberto De la Torre, el principal imputado por el robo del Banco Río de Acasusso en 2006, se complica a cada hora. Ayer se sumó la declaración testimonial de Facundo Banavídez quien dijo haberlo reconocido como la persona que le compró uno de los vehículos que más tarde la banda utilizó para concretar el golpe comando en Acassuso, alzándose con un botín millonario en joyas y en dólares.

La defensa de De la Torre, encabezada por Ernesto Vissio, está en problemas. Al abogado, viejo conocido de Luis Valor y Hugo Sosa, alias «La Garza», le quedan pocas herramientas jurídicas para intentar «despegar»  a De la Torre de las pruebas en su contra.

La principal hipótesis de Vissio sería apuntar contra el presunto quinto integrante de la banda , Mario Vitette Sellanes, a quien llaman «El Uruguayo»  y no está siendo juzgado en el Tribunal Oral de San Isidro.

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No fue amor


Ella entregó hasta las cartas. Alicia Beatriz Di Tullio está jugada. «En la heladera de mi casa había 600 mil dólares», disparó en el juicio oral por el «robo del siglo» del Banco Río de Acassuso.

Quién iba a decir que ese hombre, el jefe,  uno de ellos, caería por despecho.

Alberto De la Torre se tomó la cabeza durante el juicio y conversó con su abogado Ernesto Vissio –hombre robusto que estudió Derecho en la cárcel como antiguo “conocido” de la banda de Hugo “La Garza” Sosa y Luis “El Gordo” Valor-.

Esta causa lo tuvo a mal traer a Vissio, siempre al borde del colapso nervioso, se enfermó seguido en los últimos años. Y salió como pudo. Ahora está en el debate (ver foto) intentando refutar los dichos de Di Tullio. Y olfateando la pista del  supuesto prófugo misterioso que se fue con la gloria del silencio.

Di Tullio le juró a los jueces que fue testigo de la participación de su ex marido en el robo porque lo reconoció viéndolo en la televisión, mientras se transmitían imágenes del atraco en vivo y en directo y a pantalla roja punzó.

Para mal de males, De la Torre, tuvo que escuchar cómo Di Tullio testificó que reconocía las armas usadas por la banda como suyas, incluso –dijo ella- dos que eran de juguete y que pertenecerían a su hijo que ahora está en el tercer año del colegio secundario.

Todo indica que De la Torre no podrá zafar de la maldición de ese botín con olor a podrido que escondieron en la cloacas de San Isidro y que fue hallado por la policía después de revisar cada alcantarilla y cada casa del grupo en Capital.

La saga continúa, pero no sólo es de traidores.

Todavía falta confimar si el misterioso se llevó mucho más que la sombra de estar suelto, mojándole la oreja a la ley.