Filosofía práctica y desventuras de José Pablo de Il Panzonni (2)

Por Juan Alonso

Es un día prostibulario para José Pablo de Il Panzonni.

Se siente sucio, alejado de la poca bondad de la humanidad.

Se alejó de la estación Villa de Mayo con un aire desesperado que lo llevó a transitar cuadras y cuadras de tierra sin ningún sentido del tiempo y la ubicación.

De pronto, lo encontró la noche en un barrio marginal del conurbano, donde lo miraban fiero. Unos pibes de doce años se le acercaron con la clara intención de llevarlo al inframundo de un puntazo, pero de pronto reconocieron a ese personaje raído y sin brújula.

-¿Vos, viejo puto, no sos el técnico del Tanque-.

Le espetaron en la noche húmeda y caliente.

-Yo era el profe, el preparador físico, pero dejé ese laburo…

-¿Y que andás haciendo por acá, tan lejos?

-Nada

-Por esta vez vas a zafar –le dijo el más alto de los tres- pero no te quiero ver por mi barrio otra vez así hecho una mierda. Te quiero ver en una cancha, ¿me entendiste, viejo puto? Empezá a correr porque a la vuelta están los sacaditos del paco que te van a dar vuelta como una media. Dale, viejo puto…

José Pablo de Il Panzonni estaba desahuciado. Aquel chico le había dado una lección y lo había perdonado. ¿Pero de qué? ¿Qué mal hizo José Pablo de Il Panzonni?

Ninguno, se dijo así mismo en su soliloquio, ninguno.

Se subió al 284 en un estado lamentable. El pantalón roto, la camisa con círculos de transpiración en los sobacos, la barba de diez días, el pelo engrasado, las uñas negras y un aliento a vino que lo mareaba sin estar borracho otra vez todavía.

Iba sin rumbo José Pablo de Il Panzonni. Era un hombre que había perdido el tren.

Pensó en su mujer, en su hijo Gervasio Nahuel, en los chicos que había dejado de entrenar para levantar quiniela con el sátrapa de Méndez Larretti y su valuarte barrial, “Goma”, con cara de boxeador y manos de plomero viejo.

De golpe se vio en Celina, en el campito detrás del edificio, debajo de la caseta de luz en donde había enterrado bajo tres metros de arena, los 58 mil pesos que le dejó el pozo sin pagar del 48 a la cabeza en la tómbola del Tanque.

Y pensó, porque si algo sabía hacer José Pablo de Il Panzonni era pensar.

Muy al pedo, claro. Pero pensaba Panzonni

Cuando se bajó del colectivo despeinado y rozando los bordes de la locura como palomita de cornisa, José Pablo de Il Panzonni decidió huir hacia otro lugar.

Pero, se dijo: esta vez no me agarran más.

Y actuó. Discó el teléfono de “El Facha” en una cabina de teléfono de Puente Saavedra. Estaba agitado como un gato perseguido y rabioso.

“El Facha” atendió cuando el tubo sonó por séptima vez.

-¿Qué hacés nene?

-Me tenés que ayudar…

-¿Y qué te puedo ayudar yo?

-¿Querés ganarte quince lucas?

-¿Qué hay que hacer?

-Desenterrar.

-¿Qué cosa?

-Una bolsa.

-Quiero el doble, entonces.

-No, el doble no, hay quince lucas para vos. Vas a ir con mi hijo. Y yo voy a estar cerca. No vayas con fierro porque llevo el mío, ¿si o no?

-Sí. Veinte lucas.

-Okey, veinte lucas. Si me tocás al nene te parto al medio “Facha”.

-Yo a los pibes no los toco, no soy un piradito. Es un trato.

-Es un trato.

José Pablo de Il Panzonni jugó fuerte. “Facha” y “Goma” se odiaban desde la más tierna infancia.

Y él podría escaparse como siempre había querido.

Ya no sería quinielero.

Iba a radicarse en el interior con la meta de trabajar en la Liga Nacional.

Era un buen tornero en el mientras tanto. Tenía un amigo en Santa Fe que lo podía ayudar con un refugio momentáneo.

Saldría adelante, claro que sí.

Sólo había que rescatar esa maldita bolsa de guita.

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