Elogio del amor, Alain Badiou


Porque la declaración se inscribe en la estructura del conocimiento. Primero se da el encuentro. Ya dije que el amor comienza por el carácter abasolutamente contingente y azarozo del encuentro. Es verdad el juego del amor y el azar. Son inelectables. Existen en contra de la propaganda que les comentaba. Pero el azar debe, en algún momento, fijarse. Debe, justamente, comenzar una duración.

Es un problema casi metafísico muy complejo: ¿cómo un puro azar, al principio, puede convertirse en el punto de apoyo de una construcción de verdad? ¿Cómo eso que, en el fondo, no era previsible y parecía ligado a las peripecias imprevisibles de la existencia va sin embargo a convertirse en el sentido de dos vidas mezcladas, acompasadas, que experimentarán en el tiempo el continuo (re) nacer del mundo mediadas por la diferencia de sus miradas? ¿Cómo se pasa del puro encuentro a la paradoja de un único mundo en el que descifra que somos dos? La verdad, es todo un misterio. Y además, esto es justamente lo que alimenta el escepticismo que rodea al amor. ¿Por qué -se dirá- hablar de una gran verdad acerca del hecho, banal, de que alguien ha encontrado a su colega en el laburo? Sin embargo, es justamente esto lo que es necesario sostener: un acontecimiento en apariciencia insignificante, pero que en realidad es un acontecimiento radical de la vida microscópica, portador, en su obstinación y duración, de significación universal. Es verdad, sin embargo, que «el azar debe ser fijado». Es una expresión de Mallarmé: «El azar al fin ha sido fijado…». No se refiere al amor, sino al poema. Pero podemos perfectamente aplicarlo al amor y a la declaración de amor, con las terribles dificultades y angustias de distinto tipo que se le asocian. Por otro lado las afinidades entre el poema y la declaración amorosa son bien conocidas. En ambos casos, un riesgo enorme se carga sobre el lenguaje, relacionado con el hecho de pronunciar una palabra cuyos efectos, en la existencia, pueden ser practicamente infinitos. Estas son también las ansias del poema. Las palabras más simples se cargan de una intensidad casi insostenible. Declarar el amor tiene que ver con pasar del acontecimiento-encuentro al comienzo de una construcción de verdad; con fijar el azar del encuentro bajo la forma de un comienzo. Y a menudo lo que allí comienza dura tanto tiempo, está cargado de novedad y de experiencia del mundo que, en retrospectiva, ya no parece algo contingente y azaroso, como al principio, sino practicamente una necesidad. Así se fija el azar: la absoluta contingencia del encuentro de alguien a quien yo no conocía termina tomando la apariencia de un destino.

Extraído del libro Elogio del amor, Alain Badiou, Paidós, Espacios del saber, 2012.

 

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